jueves, 1 de diciembre de 2011

¿Cómo viri en paz? escrito junto con Alba Echeverría


Reflexionando sobre este tema nos vienen a la cabeza las imágenes de los últimos momentos con vida del General Gadafi, retransmitidas hasta la saciedad por todos los medios de comunicación.
En ellas podemos ver a un moribundo y ensangrentado Gadafi zarandeado por sus captores que se jactaban de su hazaña. De pronto un disparo. No se sabe de donde procedía, ni de quién era la mano ejecutora, pero ese disparo puso punto y final a una larga dictadura de opresión y tiranía.
Imágenes que representan la guerra en estado puro. Vencedores y vencidos. Matas o te matan. Violencia sin miramientos. En resumen, el hombre reducido a su expresión más salvaje. Resulta irónico cómo el ser humano puede llegar a convertirse en inhumano al verse envuelto en determinadas situaciones. ¿Acaso somos las personas violentas por naturaleza? ¿Tenía razón Hobbes al afirmar que “el hombre es un lobo para el hombre”? Estremece el simple hecho de pensarlo…
Ciertamente, la humanidad ha llegado a unos límites de violencia y brutalidad exorbitados. Niños obligados a luchar en primera línea de batalla, hombres que maltratan a la mujer a la que un día juraron su amor, personas que lo han perdido absolutamente todo a causa de una guerra, tullidos que suplican por algo de comer…Y el resto del mundo simplemente mira para otro lado.
 Nos estamos alienando. Estamos perdiendo nuestra condición, nuestra esencia de seres humanos que somos al no respetar los derechos naturales de los demás. ¿Está enferma la sociedad? Para mucha gente, la Paz no es un tema que quite el sueño. No les importa que los diamantes que lucen tal vez hayan provocado la muerte de miles de personas en las minas, no piensan que su móvil funciona gracias al cóltan que trabajadores explotados extraen, y de la gasolina sólo les preocupa que suba o baje el precio, y no las guerras que provoca el dominio del oro negro.
Hablamos mucho de la paz como lo opuesto a la guerra. Sin embargo hacemos una interpretación equívoca de lo que realmente es la paz. Para unos la paz es que no ladre el perro de vecino a la noche, para otros vivir más lejos del aeropuerto,
Paz, qué bonito nombre. Cuesta creer en ti, y si, cada día más. Si le preguntamos por tu existencia a aquella mujer que un día conoció a un hombre elegante, a un caballero, a aquella que una tarde esperanzada en que su amor sería para siempre recorrió el sendero para llegar a ti del brazo de su padre, aquella que sello su amor con un beso de sangre invisible. Aquella que se sentía culpable cuando su marido se enfadaba por no tener la camisa planchada, que seguía viviendo de un espejismo.
Por qué no le preguntamos al hijo de una mujer maltratada si cree en la paz, si cuando suspiraba antes de recorrer el espacio que le separaba del ascensor a la puerta de su casa, cuando cruzaba el pasillo rápidamente y se encerraba en su cuarto, intentando que su presencia no fuese percatada, no sin antes cruzar su mirada hacia la cocina, y si ahí estaba ella, suspiro intenso, parece que hoy no ha pasado nada. Pesadillas, pesadillas de una realidad, ¿ Cómo tener una pesadilla de su propia vida? ¿Cómo puedo alegar ante ti, que la paz existe, cómo puedo alegar ante ti ni tan siquiera una vida en paz? Seguramente tu respuesta sería concisa: Cómo hablar de paz, si no la he conocido. La cambiaste por el miedo.
Cómo voy hablarles a los padres de Marta del Castillo que vivan en paz, seguramente su respuesta sería fácil: paz que a nosotros nos han arrebatado…
Sin embargo, no todo está perdido. Allí donde el agua alcanza su mayor profundidad, se mantiene más en calma, como bien indicó William Shakespeare. Al igual que con el agua ocurre con los seres humanos. Allí donde aflora lo más profundo, lo más esencial del ser humano, allí es donde se encuentra la verdadera paz. Paz corrompida por luchas, guerras, por superficialidad, paz frágil que se rompe, paz ofuscada, paz en conflicto, derrotados y vencidos, sed de venganza, políticas de orgullo entre países, interés económicos en juego que nos hacen salir de la profundidad del agua, aflorar a una superficie, perdemos nuestra esencia de la misma manera que una flor se marchita cuando con la lluvia.
Por todo ello no deberíamos olvidar nuestra esencia, y respetar a los demás como iguales, y luchar por hacer de este un mundo mejor, aunque suene utópico. No debemos olvidar las sabias palabras de la madre Teresa de Calcuta al decir que “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.”

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